Esto lo escribí hace casi un año a modo de regalo para un
amigo que cumplía años, me gustó bastante como quedó, no sé que opinarán ustedes.
-¿Bach?- Sólo él podía reconocer La Bella Durmiente de Bach con tan sólo oír las primeras notas.
-¿Me vas a decir que Bach fue amigo tuyo? - Lo miré por encima del marco de mis anteojos.
-¿Johann? No, Yo apenas y estaba naciendo en 1749. El murió un año después, aunque estando de paso por Liepzig a inicios del siglo XIX conocí más acerca de su obra - Me respondió tranquilo, con esa serenidad que me causó tanta curiosidad desde el día en que lo conocí.
Sabía qué decir para asombrarme o dejarme con la boca abierta.
Recuerdo la primera vez que lo vi, se veía distinto, su cabello era más largo y parecía sacado de un antiguo grabado del medioevo. Con sólo verlo supe que algo había en el que lo hacía distinto a cualquier persona que haya conocido antes.
Recuerdo mi imborrable sonrisa al saludarlo y su intimidante expresión al responderme el saludo. Hoy, esa fría mirada se había vuelto un par de ojos llenos de ternura.
Inteligente y sensible, cualidades de las que carecen muchos; había tanto de irónico en él, a veces pareciendo tan único como un cuadro de Rembrandt y otras veces tan simple como un cuento de niños.
-Pásame eso, por favor- Sin levantar la mirada señale mi mesita de noche, un pequeño frasco de vidrio amarillo.
-Nunca me explicaste qué era lo que estabas haciendo-
-Quiero hacer algo…- Le dije. Él, en su infinita y muchas veces desesperante cortesía me ofrece su ayuda con sólo observarme, nunca podré estar segura de que podía leer mi mente, aunque a veces creo que lo hacía, he leído que los vampiros pueden leer la mente de los mortales.
-Tengo más de 200 años, ¿No consideras un poco complicado el que crea una mentira tuya? - Su tono pausado y calmado podía enloquecer a cualquiera, tenía razón.
-Puedo mentirle a muchas personas… pero tú no eres una de ella- Sonreí mirándolo con ternura mientras cepillaba mi cabello.
-Es comprensible, tu mente es como un libro para mí, fácil de leer y de interpretar- Cuando dijo eso mi rostro cambió, estaba confundida.
-¿Es eso un cumplido?- Tomé el frasco amarillo, retiré la pequeña tapa y el aroma del perfume de rosas inundó el ambiente.
Podía muchas veces confundirme con lo que decía, nunca podía dar por sentado que entendía lo que me decía.
-Ese aroma me trae recuerdos- Me dijo mirando fijamente el frasco.
-Cierto, ustedes tienen mayor sensibilidad al percibir los aromas – Cuando me refería a alguna costumbre relacionada a los vampiros me sentía mal, recordaba lo que tanto me había contado él, sobre esas épocas en las que era un vampiro despiadado.
-¿Ustedes? Si, nosotros – Levantó la ceja izquierda, me gustaba cuando hacía ese gesto, me hubiera gustado poder retratar sus expresiones.
-Lo siento, no quise ofenderte- El disco con la música de Bach llenaba mi habitación de un aire sereno y un poco lúgubre, como él.
-Descuida, no lo hiciste- Se sentó delicadamente en el sillón que está al pie de mi ventana, cruzando las piernas como siempre hacía.
Abrí el armario de mi cuarto y tomé un vestido rojo con flores negras pintadas a mano.
-¿Qué te parece?- Le pregunté mostrándole el vestido.
-No entiendo la moda de ahora, la elegancia antes era lo importante, ahora… un nombre europeo en una etiqueta importa más- Me resultaba gracioso, era cómo escuchar a un anciano quejarse de los tiempo modernos, irónico pues él no aparentaba tener más de 25 años.
Era algo fascinante en él, nunca aparentar la edad que realmente tiene, poder engañar al mundo entero y decir con certeza que era el hombre más joven de 260 años de edad.
-Tomaré ese comentario tan amargado como un: Me parece bonito- Saqué el vestido del gancho en el que se encontraba colgado y entré el baño, cerré la puerta.
-Sigues sin decirme porqué te arreglas tanto ¿Hay alguna razón en especial?- Era extraño, ni siquiera con la música de Bach sonando tenía que subir la voz para que sus palabras lleguen a mis oídos.
-No sabía que los vampiros eran impacientes…- Yo si me veía forzada a gritar un poco.
Me miraba en el espejo mientras me colocaba un par de pendientes dorados, cruzó por m mente la idea de no poder ver mi reflejo y la extraña sensación que debía provocarle, un reflejo que es digno de ver, si me permiten decirlo.
-No lo somos, personalmente soy bastante curioso, no es un defecto, es una virtud en muchos sentidos- Se justificaba, era la primera vez que lo oía justificarse.
Salí del baño con el vestido rojo puesto, él sonría al verme.
-Vamos…- Lo tomé de la mano y lo jalé suavemente para que se pusiera de pie.
-¿A dónde vamos?- Me preguntó sin negarse a levantarse.
-A celebrar un año más de ti- Lo miré fijamente a los ojos y lo abracé, enredé mis brazos alrededor de él y pegué mi rostro contra su pecho, sin corazón que lata o pulmones que respiren para poder saber si en algo le había emocionado mi gesto.
Sentí una leve carcajada escapar de su garganta, él también enredó sus brazos alrededor mío y me dio un beso en la cabeza, me pareció muy dulce.
-¿Te parece motivo para celebrar que yo exista un año más en este mundo?- Levanté la mirada y vi sus cansados ojos café inquiriéndome con magistral curiosidad.
Tenía el don de malograr los momentos mágicos de la manera más elegante posible, me sorprende que en los cuentos de hadas no aparezca él para acabar con el momento cumbre de cursilería y romanticismo que llenan esas historias.
-No, no celebro porque estés un año más en este mundo ¿Qué tendría de bueno estar en un mundo tan horrible?- Fruncí el entrecejo.
-¿Entonces que es lo que celebras?- Cuando sonreía sus colmillos brillaban como perlas.
Me parecía que sabía lo que estaba pensando, sólo que quería escuchar que yo misma lo dijera, encontraba cierto gusto en eso.
-Un año más de que estés a mi lado y no me permitas morir en este mundo, eres mi más grande inspiración y razón para no sentir que este mundo es sólo pasajero – Mis ojos se llenaron de lágrimas; él, permanecía en silencio observándome fijamente sin reflejar sentimiento alguno en su rostro.
-Te Quiero- Fueron las únicas palabras que salieron de sus labios, lo tomé de la mano y lo guié hasta la puerta, la noche aún empezaba y caminamos juntos por la entrada de la casa.
Sabía bien que al amanecer tendría que irse, alejarse para continuar con su vida; en la cual yo no estaba incluida, pero por esta noche no éramos nosotros, por esta noche no había problemas, ni discusiones, ni preocupaciones, no existían los dolores en el cuerpo, nadie se sentía mal y el mundo estaba cómo debía estar, esa noche éramos sólo amigos que querían sentirse acompañados conversando de todo lo que les ha ocurrido.
Y yo, yo sólo quería escuchar su voz.
Desde la ventana de mi cuarto, la musicaba de Bach guiaba nuestros pasos, pasos que seguíamos hasta perdernos en la oscuridad de la noche.
La luna llena alumbraba nuestro camino.
Y mi único deseo era que fuera feliz.
Sabiendo muy en el fondo de mí pecho…
que podría ser la última noche en que nos veamos.
-¿Me vas a decir que Bach fue amigo tuyo? - Lo miré por encima del marco de mis anteojos.
-¿Johann? No, Yo apenas y estaba naciendo en 1749. El murió un año después, aunque estando de paso por Liepzig a inicios del siglo XIX conocí más acerca de su obra - Me respondió tranquilo, con esa serenidad que me causó tanta curiosidad desde el día en que lo conocí.
Sabía qué decir para asombrarme o dejarme con la boca abierta.
Recuerdo la primera vez que lo vi, se veía distinto, su cabello era más largo y parecía sacado de un antiguo grabado del medioevo. Con sólo verlo supe que algo había en el que lo hacía distinto a cualquier persona que haya conocido antes.
Recuerdo mi imborrable sonrisa al saludarlo y su intimidante expresión al responderme el saludo. Hoy, esa fría mirada se había vuelto un par de ojos llenos de ternura.
Inteligente y sensible, cualidades de las que carecen muchos; había tanto de irónico en él, a veces pareciendo tan único como un cuadro de Rembrandt y otras veces tan simple como un cuento de niños.
-Pásame eso, por favor- Sin levantar la mirada señale mi mesita de noche, un pequeño frasco de vidrio amarillo.
-Nunca me explicaste qué era lo que estabas haciendo-
-Quiero hacer algo…- Le dije. Él, en su infinita y muchas veces desesperante cortesía me ofrece su ayuda con sólo observarme, nunca podré estar segura de que podía leer mi mente, aunque a veces creo que lo hacía, he leído que los vampiros pueden leer la mente de los mortales.
-Tengo más de 200 años, ¿No consideras un poco complicado el que crea una mentira tuya? - Su tono pausado y calmado podía enloquecer a cualquiera, tenía razón.
-Puedo mentirle a muchas personas… pero tú no eres una de ella- Sonreí mirándolo con ternura mientras cepillaba mi cabello.
-Es comprensible, tu mente es como un libro para mí, fácil de leer y de interpretar- Cuando dijo eso mi rostro cambió, estaba confundida.
-¿Es eso un cumplido?- Tomé el frasco amarillo, retiré la pequeña tapa y el aroma del perfume de rosas inundó el ambiente.
Podía muchas veces confundirme con lo que decía, nunca podía dar por sentado que entendía lo que me decía.
-Ese aroma me trae recuerdos- Me dijo mirando fijamente el frasco.
-Cierto, ustedes tienen mayor sensibilidad al percibir los aromas – Cuando me refería a alguna costumbre relacionada a los vampiros me sentía mal, recordaba lo que tanto me había contado él, sobre esas épocas en las que era un vampiro despiadado.
-¿Ustedes? Si, nosotros – Levantó la ceja izquierda, me gustaba cuando hacía ese gesto, me hubiera gustado poder retratar sus expresiones.
-Lo siento, no quise ofenderte- El disco con la música de Bach llenaba mi habitación de un aire sereno y un poco lúgubre, como él.
-Descuida, no lo hiciste- Se sentó delicadamente en el sillón que está al pie de mi ventana, cruzando las piernas como siempre hacía.
Abrí el armario de mi cuarto y tomé un vestido rojo con flores negras pintadas a mano.
-¿Qué te parece?- Le pregunté mostrándole el vestido.
-No entiendo la moda de ahora, la elegancia antes era lo importante, ahora… un nombre europeo en una etiqueta importa más- Me resultaba gracioso, era cómo escuchar a un anciano quejarse de los tiempo modernos, irónico pues él no aparentaba tener más de 25 años.
Era algo fascinante en él, nunca aparentar la edad que realmente tiene, poder engañar al mundo entero y decir con certeza que era el hombre más joven de 260 años de edad.
-Tomaré ese comentario tan amargado como un: Me parece bonito- Saqué el vestido del gancho en el que se encontraba colgado y entré el baño, cerré la puerta.
-Sigues sin decirme porqué te arreglas tanto ¿Hay alguna razón en especial?- Era extraño, ni siquiera con la música de Bach sonando tenía que subir la voz para que sus palabras lleguen a mis oídos.
-No sabía que los vampiros eran impacientes…- Yo si me veía forzada a gritar un poco.
Me miraba en el espejo mientras me colocaba un par de pendientes dorados, cruzó por m mente la idea de no poder ver mi reflejo y la extraña sensación que debía provocarle, un reflejo que es digno de ver, si me permiten decirlo.
-No lo somos, personalmente soy bastante curioso, no es un defecto, es una virtud en muchos sentidos- Se justificaba, era la primera vez que lo oía justificarse.
Salí del baño con el vestido rojo puesto, él sonría al verme.
-Vamos…- Lo tomé de la mano y lo jalé suavemente para que se pusiera de pie.
-¿A dónde vamos?- Me preguntó sin negarse a levantarse.
-A celebrar un año más de ti- Lo miré fijamente a los ojos y lo abracé, enredé mis brazos alrededor de él y pegué mi rostro contra su pecho, sin corazón que lata o pulmones que respiren para poder saber si en algo le había emocionado mi gesto.
Sentí una leve carcajada escapar de su garganta, él también enredó sus brazos alrededor mío y me dio un beso en la cabeza, me pareció muy dulce.
-¿Te parece motivo para celebrar que yo exista un año más en este mundo?- Levanté la mirada y vi sus cansados ojos café inquiriéndome con magistral curiosidad.
Tenía el don de malograr los momentos mágicos de la manera más elegante posible, me sorprende que en los cuentos de hadas no aparezca él para acabar con el momento cumbre de cursilería y romanticismo que llenan esas historias.
-No, no celebro porque estés un año más en este mundo ¿Qué tendría de bueno estar en un mundo tan horrible?- Fruncí el entrecejo.
-¿Entonces que es lo que celebras?- Cuando sonreía sus colmillos brillaban como perlas.
Me parecía que sabía lo que estaba pensando, sólo que quería escuchar que yo misma lo dijera, encontraba cierto gusto en eso.
-Un año más de que estés a mi lado y no me permitas morir en este mundo, eres mi más grande inspiración y razón para no sentir que este mundo es sólo pasajero – Mis ojos se llenaron de lágrimas; él, permanecía en silencio observándome fijamente sin reflejar sentimiento alguno en su rostro.
-Te Quiero- Fueron las únicas palabras que salieron de sus labios, lo tomé de la mano y lo guié hasta la puerta, la noche aún empezaba y caminamos juntos por la entrada de la casa.
Sabía bien que al amanecer tendría que irse, alejarse para continuar con su vida; en la cual yo no estaba incluida, pero por esta noche no éramos nosotros, por esta noche no había problemas, ni discusiones, ni preocupaciones, no existían los dolores en el cuerpo, nadie se sentía mal y el mundo estaba cómo debía estar, esa noche éramos sólo amigos que querían sentirse acompañados conversando de todo lo que les ha ocurrido.
Y yo, yo sólo quería escuchar su voz.
Desde la ventana de mi cuarto, la musicaba de Bach guiaba nuestros pasos, pasos que seguíamos hasta perdernos en la oscuridad de la noche.
La luna llena alumbraba nuestro camino.
Y mi único deseo era que fuera feliz.
Sabiendo muy en el fondo de mí pecho…
que podría ser la última noche en que nos veamos.