Lo que estás a punto de leer fue sacado del diario de Gabriel, me resultó interesante, bastante como para subirlo al weblog, está divido en 2 partes:
I
-Es hermosa…Es usted muy afortunado- Le clavé una mirada de sorpresa inyectada de desprecio.
-No y no- Me levanté de la silla y le di la espalda al enfermero, miré por la ventana la grisácea ciudad en todo su esplendor.
El enfermero venía a darle un baño de esponja a Clara, por pudor trataba de no mirar; pero la curiosidad en mí me hizo voltear y tallar en mi menté una imagen que jamás se borraría y que años después volvería a repetirse.
Ella estaba echada completamente desnuda en la cama blanca del hospital, pálida como la nieve con el largo y ondulado cabello rojizo enmarcando su rostro y sus hombros, sus brazos estaban a los lados del cuerpo con las palmas hacía arriba, me perturbó el que pareciera muerta, un ángel ascendiendo al cielo, sus pechos parecían montañas que sobresalían de su cuerpo, todo en ella parecía tan imperfecto pero bien dibujado, era una ironía hermosa y bastante atractiva.
El enfermero remojaba una esponja amarilla en agua tibia que traía en una palangana de metal, la exprimía un poco y en un delicado movimiento rozaba su piel dejando un camino de gotas transparentes que recorrían su cuerpo.
Sus manos siempre con las palmas abiertas recibían el agua y brillaban, su cuello se veía tan delgado, era un ciervo indefenso, ciervo que yo había atropellado bestialmente y dejado en ese estado.
En su ceja izquierda, una pequeña gasa cubría la herida, el enfermero retiró la gasa de la herida y vi una pequeña cicatriz en forma de arco que cruzaba la ceja, era un ciervo herido ¡Yo la había herido!.
Me resultó inquietante que el enfermero; un total desconocido, con cara de “chico nuevo” del hospital pase sus manos por el cuerpo de Clara como si de una escultura se tratara.
-¿Terminaste?- Le pregunté; yo estaba mirando por la ventana nuevamente y veía su reflejo en ella.
-¿Perdón?- Su tono de voz me indicó que se había abstraído con su cuerpo.
-¿Qué si ya terminaste? No creo que un baño de esponja deba durar tanto- Se percató de que lo observaba en el reflejo de la ventana y me sonrió, tomó la esponja amarilla, la palangana y las colocó en una mesa que se encontraba a unos pasos de la cama, vistió a Clara con una bata color celeste y la cubrió con una sábana, me regaló una última sonrisa bastante hipócrita y se fue, llevándose la esponja, la palangana y sus ganas de tocar el cuerpo desnudo de Clara.
-No y no- Me levanté de la silla y le di la espalda al enfermero, miré por la ventana la grisácea ciudad en todo su esplendor.
El enfermero venía a darle un baño de esponja a Clara, por pudor trataba de no mirar; pero la curiosidad en mí me hizo voltear y tallar en mi menté una imagen que jamás se borraría y que años después volvería a repetirse.
Ella estaba echada completamente desnuda en la cama blanca del hospital, pálida como la nieve con el largo y ondulado cabello rojizo enmarcando su rostro y sus hombros, sus brazos estaban a los lados del cuerpo con las palmas hacía arriba, me perturbó el que pareciera muerta, un ángel ascendiendo al cielo, sus pechos parecían montañas que sobresalían de su cuerpo, todo en ella parecía tan imperfecto pero bien dibujado, era una ironía hermosa y bastante atractiva.
El enfermero remojaba una esponja amarilla en agua tibia que traía en una palangana de metal, la exprimía un poco y en un delicado movimiento rozaba su piel dejando un camino de gotas transparentes que recorrían su cuerpo.
Sus manos siempre con las palmas abiertas recibían el agua y brillaban, su cuello se veía tan delgado, era un ciervo indefenso, ciervo que yo había atropellado bestialmente y dejado en ese estado.
En su ceja izquierda, una pequeña gasa cubría la herida, el enfermero retiró la gasa de la herida y vi una pequeña cicatriz en forma de arco que cruzaba la ceja, era un ciervo herido ¡Yo la había herido!.
Me resultó inquietante que el enfermero; un total desconocido, con cara de “chico nuevo” del hospital pase sus manos por el cuerpo de Clara como si de una escultura se tratara.
-¿Terminaste?- Le pregunté; yo estaba mirando por la ventana nuevamente y veía su reflejo en ella.
-¿Perdón?- Su tono de voz me indicó que se había abstraído con su cuerpo.
-¿Qué si ya terminaste? No creo que un baño de esponja deba durar tanto- Se percató de que lo observaba en el reflejo de la ventana y me sonrió, tomó la esponja amarilla, la palangana y las colocó en una mesa que se encontraba a unos pasos de la cama, vistió a Clara con una bata color celeste y la cubrió con una sábana, me regaló una última sonrisa bastante hipócrita y se fue, llevándose la esponja, la palangana y sus ganas de tocar el cuerpo desnudo de Clara.
II
Había pasado todo el día en el hospital, firmando papeles y recibiendo la visita de 5 policías para decirme exactamente lo mismo.
-Nadie ha reconocido a la joven accidentada, debe quedarse haciéndose cargo de ella hasta que sus familiares lleguen-
A pesar de haber sido interrogado 3 veces durante el día, nadie había venido a arrestarme, acusarme y lo que me parecía aún más curioso, ni un solo periodista o chismoso me había acosado como el “Loco al volante que atropello a la pobre chica”. Todo en el hospital era calma total.
-¿Señor?-
Me había quedado dormido en una de las sillas de la sala de espera del hospital, una regordeta enfermera me tocaba el hombro con sus uñas pintadas de color carmesí para despertarme.
Apenas abriendo los ojos y estirándome como si acabara de levantarme de un plácido sueño en mi cama pregunté - ¿Qué sucede? –
-La joven acaba de despertar… - La miré sorprendido y somnoliento.
Me levanté y crucé el pasillo dando largos y desordenados pasos hasta llegar a la puerta de la habitación de Clara, dude al apoyar mi mano en la puerta blanca; cerré los ojos y abrí la puerta aparentando serenidad.
-Hola- Con las manos en los bolsillos me acerqué a su cama, ella estaba despeinada, mirando desconcertada como el enfermero que hace unas horas le había dado un baño de esponja ahora le colocaba una aguja en el brazo conectada a una bolsita de suero.
-Hola… ¿Qué está haciendo él?- Me preguntó señalando al enfermero.
-Pues, te esta poniendo suero, creo.- El enfermero no respondió, aseguró la aguja en el brazo de Clara colocando una pequeña banda adhesiva blanca y se fue, dejando sobre la mesa el historial médico.
-¿Y cómo estás?- Su expresión de sorpresa había cambiado, era ahora una sonrisa plena e inocente, con los dedos entrelazados y las manos sobre el regazo me miraba de pies a cabeza con dulzura, realmente quería saber cómo estaba.
-¿Yo? Bien- Levantó una ceja, sentí que me llamaba mentiroso con la mirada, era obvio que yo no estaba bien, por poco le provoco la muerte a una inocente mujer a quien su familia aún no viene a visitar.
-Mentir es malo, hace el alma pesada- Fue como escuchar a una niña hablar, en ese momento sentí que algo no estaba bien.
-¿Cuál es tu apellido? ¿Dónde vives? ¿Hay alguien que pueda venir a cuidarte?- En el momento no me parecieron demasiadas preguntas.
-Tengo apellido, pero no recuerdo si es Tapia o Rogers… o Jagger o Morrison- ¿Desvariaba? ¿Había provocado yo que perdiera la memoria? Pensaba en el daño cerebral que puede provocar una contusión como la que tuvo.
-Vivo pues en mi casa, por cierto una hermosa casa, llena de colores ¿Te dije que soy artista?- Me miró con sus enormes ojos perdidos.
-No, no lo habías mencionado- Dirigí mi mirada a la carpeta de historia médica de Clara.
-Lo soy, y una buena artista, mi casa está llena de mis trabajos y si mal no recuerdo era muy alegre, pero cuán triste debe estar ahora, sola…- Mientras la escuchaba asentía con la cabeza, me acercaba lentamente a la mesa.
-Y ¿Si alguien que pueda recogerme?- Fijé mi mirada en la carpeta, las letras escritas con lapicero azul con esa típica letra de doctor, casi imposible de entender.
Nombre: Clara
Edad: No especifica
DNI: No especifica
Sexo: Femenino
Teléfono: No especifica
Dirección: No especifica
Seguro Social o Privado: No especifica
Mientras leía me daba cuenta de que no era el único que desconocía todo sobre esta joven.
En la carpeta habían escrito algo acerca de sus heridas y costillas rotas, eso era todo.
No había más información excepto por una etiqueta que a primera vista pasé por alto, era una etiqueta blanca con una palabra escrita en letras rojas.
-No, no tengo a nadie, pero no creo los necesite… Te tengo a ti ¿No?-
Leí la etiqueta:
“Paciente - Psiquiatría”
Besos.
Adiós
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