Conocí una vez
Una niña con aroma a leche
De labios blancos
De ojos cerrados
De pasos somnolientos
Conocí una vez
Una niña que atraía serpientes
Que saltaba entre rocas
Obviaba miedos
Esquivaba dolores
Y le mentía a los robles
Conocí una niña
Que estaba tan muerta como viva
Que sentía pasos inexistentes
Que ignoraba voces reales
La niña tenía manos de dibujo
Cabellos de colores
Las paredes de su celda
eran color azul
Las rejas de su jaula
eran doradas como sus ojos
Y los grilletes de sus tobillos
Eran color gris
tan gris como sus mañanas tristes
Pobre niña sonriente
De sonrisa vacía
De dolor de espalda por la carga
Pobre niña sola
Daba vueltas sobre almohadas
Gritaba
Sollozaba
Reía
Y al reir quebraba cristales
Al llorar creaba rios
La niña caminaba
La niña no se movía
La niña moría en las mañanas
Volvía a la vida en las tardes
La niña creció
Y hoy pinta abedules con letras
Sentada frente a esta computadora.
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Juana Fernanda Olazábal Gómez