sábado, 10 de enero de 2009

Primer Encuentro Nocturno

(Los siguientes sucesos tuvieron lugar la noche del Martes 6 de Enero del año 2009, siendo las 11:56 de la noche. Hablan de mi encuentro “casual” con Christian Blaine, el famoso vampiro)

Estaba echada sobre el sillón observando el techo, en medio de la oscuridad que inunda la sala a esta hora de la noche, tan inmersa en mis pensamientos que nunca noté aquella sombra que pasó por mi ventana, rápidamente, como ocultándose de mi.
Estaba aburrida; boca arriba en el sillón, sólo esperaba que la mañana llegara; se escuchaba el tic-tac del reloj del corredor y, desde afuera, llegaba a mis oídos el débil maullido de un gato.
Llevaba puesto un vestido verde, simple, que me agradaba mucho, pues era escotado y resaltaba mi cuello; con un vestido así parecía tener un cuello largo y delgado.
Me sumía en la noche, me hundía en el silencio y apenas emitía sonido al respirar; me gustaba estar así. Respiré profundamente; podía ver como mi pecho se hinchaba; acomodé mis brazos a los lados de mi cuerpo y cerré los ojos.
Los sonidos se hicieron más notorios, aquel gato, había dejado de maullar y estaba totalmente segura de que en la casa del vecino algún caño dejaba caer, cada segundo, una gota de agua.


El frío de la noche; podía sentir como esa brisa nocturna que entraba por la ventana acariciaba mi cuello con delicadeza. Era casi como una respiración, como un frío e inhumano aliento recorriendo mi rostro, mi cuello y mi pecho.


-Extraño esa sensación. Los mortales lucen tan apacibles cuando duermen… Inconcientemente, parecen disfrutar ese acto tan natural en ellos -dijo una cautivante y melodiosa voz, en medio de la oscuridad.


Abrí los ojos, esperando no ver más que mi nariz en medio de la negrura de la noche. Pero no fue así. Mis ojos se cruzaron con otros, de un tono grisáceos, con un brillo sobrecogedor; su cabello largo y ondeado, como dibujado alrededor de su rostro, caía sobre sus hombros.


Él tenía medio cuerpo sobre mí. Había estado observándome. Era su frío e inhumano aliento el que había recorrido mi cuello en silencio. No quería huir, pero tuve miedo.


-¿Quién eres? –pregunté, temblando y clavando las uñas en el sillón en el que aún permanecía recostada.
El hombre retrocedió hacía la ventana, y como si la luna y las estrellas se hubieran confabulado con él, una blanquecina y tenue luz entró por el vidrio de la ventana ,iluminando débilmente su rostro; dándole un brillo especial a sus labios, los que se veían suaves, tristes.


Sus ojos seguían provocándome temor, seguí observándolo hasta hallar en mi memoria una imagen parecida.
-Blaine –dije, casi gimiendo mientras me sentaba-.Es usted Christian Blaine ¿No es así?
Asintió con la cabeza, lenta y elegantemente. Toda su ropa parecía ser de color negro; llevaba pantalones de vestir, un saco grueso que lo hacía ver muy grande, importante; y una camisa que llevaba tres botones abiertos, dejando ver una gruesa cruz de plata sobre su pecho y la piel de sus pectorales, blanca, como la luna que lo iluminaba de pies a cabeza. Era una hermosa visión fantasmal.


Era el vampiro con el que tanto había soñado y del que tanto había aprendido, ¿por qué estaba allí? ¿Iría a alimentarse de mí?
Cruzó los brazos. Podía leer mi mente. Sabía lo que yo iba a decir, lo que iba a hacer. Me puse de pie.


-¿Es usted real? –pregunté. Ahora estaba de pie a unos pasos de él, descalza. Podía sentir el piso de madera fría bajo mis pies- ¿Estoy soñando?


-Soñar…- dijo, como para sí mismo-. Son tantos años en los que he carecido de ese placer tan simple para un mortal, que hoy casi no recuerdo como se siente. Pequeñas cosas nos hacen tan distintos. A decir verdad, los sueños, muchas veces, pueden confundirse con la realidad -había algo en su voz que me tranquilizaba, me gustaba-. No pierdas cuidado, no voy a lastimarte.


Avancé unos pasos; estaba muy cerca de él, agitada, no podía dejar de mirar sus ojos.
-¿Puedo…? -la voz se me cortaba, no sabía que hacer-. ¿Puedo tocarlo? –pregunté, dirigiendo mi mano derecha a su rostro.
Christian sonrió como burlándose de mi mortal inocencia.


-¿Sería interesante, para ti, tocar una piel como la mía? –preguntó, acercando un poco su rostro, como retándome a tocarlo- ¿Una piel, tan fría como el hielo, tan blanca como el alabastro? ¿Una piel con cicatrices de doscientos sesenta años? ¿Es que acaso te agradaría sentir el tacto de una piel sin color, sin vida?


Mi mano, congelada en el aire siguió el brillo de su rostro y rocé, con tan sólo dos dedos, sus labios, los que tanto interés me causaban. Fue como tocar los pétalos de una rosa: fríos, suaves, tersos.
-Entonces no estoy soñando… es usted real-dije, alejando mi mano de su cara.


A centímetros de su cuerpo podía sentir que emanaba un aroma distinto al de los mortales. No era el hedor de la muerte; era un aroma a madera, a un licor añejo, a tabaco. Aún ahora tengo el aroma de Christian aprisionado en mi memoria.


-¿Sorprendida de verme? Teníamos ya el placer de conocernos –dijo Christian, con su tono tan calmado.
-Sí. Hablamos por medio de la computadora hace un tiempo -respondí-. Micky, su editor, es quien me había hablado de usted.
Sus cejas se arquearon en un gesto de sorpresa y duda.
-¿Micky? –y su gesto se suavizó- Asumo que te refieres a Miguel Ángel, el escritor.

-Sí –respondí, asintiendo a la vez con la cabeza, hipnotizada.
Había algo extraño en él, además de ser un vampiro que me dejaba desprotegida cuando lo sentía cerca o pensaba en él, al hablar por la computadora, hace unas semanas con él, me sentí vulnerable.


Ahora, frente al vampiro, me siento débil, desnuda, sin poder negarme a cualquier petición o decisión que sus labios ordenen.
-Miguel Ángel está haciendo un excelente trabajo -dijo, con el tono de voz siempre calmado, como si nada lo perturbara-. No me considero un buen escritor. El talento de Miguel Ángel con las letras facilita la comunicación de mis memorias al mundo.
-Sí, es talentoso.


Petrificada, no comprendía qué hacía allí, de pie, hablándome, ¿sería posible que sólo fuera su alimento de turno?
El miedo había vuelto a mi cuerpo e inundaba mi garganta. Sólo pude preguntar violentamente:
-¿Ha venido a alimentarse de mí?


Mi rostro enrojeció. Temía haber cometido una imprudencia al preguntar algo así a un ser como el que tenía a centímetros de mí. ¿Podría huir si me atacara? ¿Querría yo huir?


Sonrió nuevamente, con esa sonrisa de lado que ya había visto antes. Sospecho que me encontraba inocente o ingenua. Estando a centímetros de su pálido cuerpo empezó a bajar la mirada, su mirada descendió hasta tenerla hundida en mi cuello descubierto.


-Tu cuello es algo que colinda con la bellaza, niña- dijo, mientras sentía aquella misma brisa del inicio de mi relato, sobre mi piel.
Mi corazón empezó a latir rápidamente. Al inclinarse con dirección a mi cuello sentí el pesado crucifijo de plata golpear levemente mi pecho. Una duda llegó a mi confundida mente.
<<¿Por qué lleva esa pesada cruz? ¿Será una especie de penitencia?>>


-Amo a Dios y a su Único Hijo. No sé si Dios me ame, si Jesucristo me ame, pero creo en la Santísima Trinidad. Soy cristiano, ¿recuerdas?


Sentí que me hablaba con sarcasmo, a pesar de explicarme todo como si nunca lo fuera a entender, me fascinaba su modo de hablar.
Pasó su mano por mi cuello, dedo por dedo, acariciando desde mis hombros hasta mi mentón, delicadamente. Fue como si cada poro que envolvía la piel de sus manos, manara electricidad, una descarga que recorría mi piel y me hacía estremecer de cuerpo entero


-¿Alimentarme de ti? –preguntó-. Es una tentadora propuesta -retiró su mano y alejó su rostro de mí–, pero me temo que deberemos dejarla pendiente. Ahora, debo marcharme. La noche está hermosa; es perfecta para…
-¿Beber? -lo interrumpí. ¿Le habría molestado mi interrupción?
-Desde luego, niña. Parece como si pudieras leer mi mente –acotó, de una manera casi sarcástica.


-¿Nos volveremos a ver?
-Lo ignoro. Tiempo es lo más tengo, y el destino es travieso. Cuando quiera portarse mal podremos obedecer sus caprichos y, probablemente, podamos cruzarnos nuevamente.


Imponente. Así de pie, bajo la luz de la luna, Christian acerca su rostro al mío y besa mi mejilla, rosada, despidiéndose.

Que sus labios, tan fríos y suaves, rocen mi tibia y temblorosa mejilla, fue algo que me cayó como un baldazo de agua fría. Tantas preguntas que habían estado entumecidas en el fondo de mi mente afloraban, desesperadas, por obtener una respuesta.


¿Por qué había venido? ¿Se iba alimentar de mí y se arrepintió? ¿Cómo me encontró? ¿Cómo supo que yo estaría allí despierta?
-¡Christian! –grité, con temor de haber sido muy escandalosa al llamarlo. Me cubrí la boca con la mano izquierda-.Perdón, Lord Blaine ¿Por qué vino?


No pronunció palabra alguna, sus labios permanecieron cerrados, solo escuché su voz.


¿Se había metido en mi mente? Desconcertada, observé como cruzaba el umbral de la puerta. Decidí seguirlo. Pasé la puerta y llegué al patio, pero no había nadie allí. Estaba vacío, como cada noche. El silencio había vuelto a inundar mi casa. Christian se había ido.
Sólo me quedaba una fantástica sensación en el cuello.


Juana Olazábal Gómez

Escrito con la colaboración de Micky Bane