jueves, 14 de octubre de 2010

No pudo oir mi adiós


-... Adiós -

Colgué el teléfono con tristeza. No había sido una buena conversación, ni siquiera había sido un buen día. Tenía la cabeza inundada de problemas y los ojos cargados de dudas, podía sentir como mi cerebro palpitaba provocandome un agudo dolor. Crucé los brazos, mi cuerpo necesitaba un abrazo, un consuelo y no lo hallaba.

La llamada había sido una discusión, un problema eterno. Como de costumbre, había terminado todo mal. Un par de voces se habían cruzado en gritos incomprensibles para luego dar paso al silencio, quebrado por el tajante "clac" del teléfono cuando la comunicación es cortada.

Mi vida se había estancado, sentada sobre la cama observaba como las cortinas se movían con el viento de la madrugada que soplaba, frío.

En silencio, a la luz de la lámpara de mi mesa de noche me quedé observando el cielo, tan oscuro que podía sentirme envuelta por él.

Él no quiso escucharme.
Él tan sólo gritaba:
"No voy a escucharte, puedes morirte, no me llames más"

Yo sólo decía:
"Escuchame porfavor"

Los gritos se entrelazaron y él colgó el teléfono. No pudo escuchar mi adiós.
Coloqué el teléfono en su base y crucé las manos sobre mi regazo...

Un sonido particular llenaba la habitación, un goteo, un leve "splat-splat" golpeando en el piso de madera oscura; una ligera lluvia que recorría mi vientre, recorría mis manos, mis piernas y caía en el piso formando un charco.

Era culpa del cuchillo que tenía clavado muy profundo en el vientre.
Él no pudo oir nunca mi adiós.

lunes, 2 de agosto de 2010

¿Es aquí?


El taxi iba rápido, a través de la ventana se veían los borrosos dibujos de los arbustos desapareciendo en la distancia.

-¿Por aquí?-

La joven voltea al escuchar la voz del taxista quien le señala la dirección que considera correcta ante una calle que se bifurca antes de ingresar a una enorme urbanización llena de árboles.

-Si, aquí es, siga los árboles-

El taxista observa a la joven en el espejo retrovisor, ella sólo observa los árboles. El camino se hacía más estrecho, las casas cada vez eran separadas por más espacios verdes llenos de arbustos y árboles enormes. Al fondo, se veía un gran arco blanco.

-¿Señorita hasta dónde vamos?-
Preguntó el taxista.

-Aquí es, siga los árboles-
Dijo ella sin retirar la vista de la ventana.

El taxista se sorprendió por la respuesta, pero siguió manejando hacía el arco blanco, donde terminaba el camino de árboles, el auto blanco iba a 40 km/h , era el único vehículo en el camino, las voces presentes, los únicos ojos clavados en el camino.

-¿En ese arco blanco señorita?-
La voz del taxista dejaba sentir su molestia.

-Aquí es, siga los árboles-
Volvió a responder sin retirar la vista de la ventana.

El taxista se sobresaltó. ¿Era esto un juego? Decidió seguir, manejando esta vez un poco más rápido, 60km/h levantando las hojarascas del camino. El hombre lo notó, ni un ave, ni un rostro, ni una casa los rodeaba, entonces su corazón empezó a bombear más fuerte.

Y por una última vez, a metros del enorme arco blanco, decidido, fuerte, volvió a preguntar.

-¡Señorita! ¡Déjese de juegos! ¡Este es el maldito arco blanco! ¡No hay más árboles! ¿Ya llegamos? ¿Es aquí? -

El hombre empujó todo el pie sobre el freno, empujando ambos cuerpos hacia adelante.
La joven, volteó para mirar al taxista y respondió.

-Si, aquí es.-

Un ventarrón cruzó la pista levantando las hojarascas , el atardecer teñía de rojo y naranja el cielo.

Una tarde fría.
Un camino tranquilo.
Un auto blanco vacío.
Un silencio sepulcral.
Un arco blanco enorme con 10 letras: "Cementerio"


miércoles, 21 de julio de 2010

Mi niña

Conocí una vez

Una niña con aroma a leche

De labios blancos

De ojos cerrados

De pasos somnolientos


Conocí una vez

Una niña que atraía serpientes

Que saltaba entre rocas

Obviaba miedos

Esquivaba dolores

Y le mentía a los robles


Conocí una niña

Que estaba tan muerta como viva

Que sentía pasos inexistentes

Que ignoraba voces reales


La niña tenía manos de dibujo

Cabellos de colores

Las paredes de su celda

eran color azul

Las rejas de su jaula

eran doradas como sus ojos

Y los grilletes de sus tobillos

Eran color gris

tan gris como sus mañanas tristes


Pobre niña sonriente

De sonrisa vacía

De dolor de espalda por la carga

Pobre niña sola

Daba vueltas sobre almohadas

Gritaba

Sollozaba

Reía

Y al reir quebraba cristales

Al llorar creaba rios


La niña caminaba

La niña no se movía

La niña moría en las mañanas

Volvía a la vida en las tardes


La niña creció

Y hoy pinta abedules con letras

Sentada frente a esta computadora.


-----------


Juana Fernanda Olazábal Gómez